Lo que he aprendido de Miguel Delibes
Como ya sabréis, el pasado viernes nos dejó Miguel Delibes.
Mejor dicho, dejó a su familia y amigos, porque afortunadamente sus libros nunca dejarán a sus lectores.
Como siempre, no esperéis encontrar aquí un compendio de datos y fechas, sino mi visión personal sobre este autor, uno de mis favoritos.
No recuerdo cuál fue el primer libro de Delibes que leí, probablemente El príncipe destronado siendo niña; de hecho, ese es uno de los pocos libros que he releído varias veces en mi vida.
Pero, ¿qué he aprendido de Delibes como escritora? Fundamentalmente tres cosas:
1. No hay historia pequeña.
Se puede escribir un gran libro con los reproches de una mujer a su marido muerto, con los celos del penúltimo hijo de una familia numerosa o la miseria de unos aparceros explotados. Historias cotidianas, comunes a mucha gente, que él convirtió en excepcionales.
Cuando uno empieza a escribir lo más habitual es que busque alguna historia «más grande que la vida» como dicen los americanos, una historia sofisticada, que nos permita elaborar y desarrollar toda la línea de pensamiento que queremos expresar, o que una trama tan compleja que intrigue al lector, impidiéndole abandonar la lectura. Delibes demostró que eso también se puede hacer contándonos lo más cercano.
Con esto no quiero decir que haya que limitarse a contar la propia vida, o que el único género válido sea el realismo, sino que debemos ser conscientes de que las mejores historias son aquellas que hablan de las incertidumbres, anhelos, sufrimientos y alegrías del ser humano, ya sea en la calle de al lado como en una galaxia muy muy lejana.
2. La buena prosa no tiene por qué ser rebuscada o grandilocuente.
Otro error muy común entre los escritores es forzar el lenguaje para hacerlo «más literario», con lo que sólo conseguiremos hacerlo sonar más artificial.
No se trata de escribir como los mejores, sino de encontrar nuestra propia voz. La prosa sencilla, que no simple, de Delibes, heredada de su profesión de periodista, era la más adecuada para las historias que contaba.
3. Hacer esto es infinitamente difícil y poco agradecido.
Que historias cotidianas, tan cercanas a nuestras experiencias, nos enganchen y nos emocionen es mucho más difícil que otras más fantasiosas que nos incitan a soñar.
Probablemente por todo esto, por su cotidianidad, sencillez, pulcritud y precisión de su lenguaje es lo que ha impedido que le concedan el Nobel, en favor de otros autores de factura más compleja, más incomprensible.

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