Había comenzado a escribirte un comentario …demasiado largo para comentario. Así que decidí enviarte un mail. Si te resulta inapropiado por favor avisame. Disculpá el atrevimiento.
Me ha encantado el relato que me has enviado, creo que haría un fantástico tándem con mi foto.¿Te importaría colgarlo en los comentarios? Creo que a los lectores de mi blog también les va a encantar.
Una mañana mi esposa cocinó empanadas santiagueñas -esas dulces, que no me gustan- yo las tomé y las arrojé al pozo.
En el patio de mi casa siempre hubo un pozo.
Alguna vez pensé que debía rellenarlo, creo.
La noche que ella se fue ahí mismo tiré las fotos del casamiento. Más un par de sacos apolillados y varias partituras de Ravel.
Esa misma noche, lo oí rugir por primera vez. Era un sonido cavernoso.
– Exige comida. – pensé.
Al principio importó poco gasto. Se conformaba con las sobras. Huesos, restos de guiso. Cartas viejas, sillas fuera de uso.
Pero a medida que pasó el tiempo sus demandas no tuvieron límite.
Por atenderlo dejé de dictar clases de música, de tocar en la banda. Dejé de componer.
El piano fue su última víctima.
Mis pasos retumban en las habitaciones vacías.
Está rugiendo otra vez.
Pingback: Bitacoras.com
Había comenzado a escribirte un comentario …demasiado largo para comentario. Así que decidí enviarte un mail. Si te resulta inapropiado por favor avisame. Disculpá el atrevimiento.
Me ha encantado el relato que me has enviado, creo que haría un fantástico tándem con mi foto.¿Te importaría colgarlo en los comentarios? Creo que a los lectores de mi blog también les va a encantar.
Muchas gracias y un abrazo.
Voraz
Una mañana mi esposa cocinó empanadas santiagueñas -esas dulces, que no me gustan- yo las tomé y las arrojé al pozo.
En el patio de mi casa siempre hubo un pozo.
Alguna vez pensé que debía rellenarlo, creo.
La noche que ella se fue ahí mismo tiré las fotos del casamiento. Más un par de sacos apolillados y varias partituras de Ravel.
Esa misma noche, lo oí rugir por primera vez. Era un sonido cavernoso.
– Exige comida. – pensé.
Al principio importó poco gasto. Se conformaba con las sobras. Huesos, restos de guiso. Cartas viejas, sillas fuera de uso.
Pero a medida que pasó el tiempo sus demandas no tuvieron límite.
Por atenderlo dejé de dictar clases de música, de tocar en la banda. Dejé de componer.
El piano fue su última víctima.
Mis pasos retumban en las habitaciones vacías.
Está rugiendo otra vez.
Gracias Yolanda por el honor que me has hecho