Relato: Qué hombre este…

– Buenas tardes, don Severino – saludó la mujer del guarda del cementerio – ¿a llevar su clavel a su señora?

– Sí, Amalia, como todos los días, como todos los días… – dijo don Severino sin salir de su habitual ensimismamiento, apoyando su paso cansado en el viejo bastón.

Amalia suspiró: esa mujer muerta hace 40 años debe ser más feliz que muchas mujeres vivas.

…Bien que eligiera el ataúd más sencillo, por no decir el más barato, pero esa lápida tan simplona, sólo con mi nombre y la fecha… ¿Qué le hubiera costado poner una un poco más adornada? Casi hubiera preferido un nicho con una lápida mejor, a una tumba con una losa tan sencilla, parece un quiero y no puedo.

Y ya podría traerme un ramo de flores de vez en cuando, no digo una corona, pero algo más lucido que ese triste clavel que veo siempre… Tanto que se supone que me quería «mi dulce Severino», «mi querido esposo». Al final mi hermana tenía razón, siempre será un pobretón…

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