Opinión: Un niño prodigio de Irène Némirovsky

El pequeño Ismael tiene un excepcional talento para contar las penurias de los desheredados en las tabernas de un puerto del Mar Negro. Allí llama la atención de un poeta que le presenta a una «Princesa», una mujer rica y caprichosa que le convierte en su juguete, y le da una vida de lujo durante años. El problema llega cuando Ismael deja de ser un niño mono y se convierte en un adolescente vulgar.

Este libro, escrito en los años 30 del siglo pasado, no ha perdido ni un ápice de actualidad, ya que trata temas como lo efímero del éxito, sobre todo en edades tempranas, y su efecto paralizante en la creatividad.

Como todos los libros de Irène Némirovsky, un niño prodigio es bello y terrible a la vez. Y como todos es sencillo, incisivo, realista y explora la psique humana con personajes ricos, complejos e interesantes.

Irène Némirovsky es una autora única, moderna dentro de su clasicismo, que cuenta historias sencillas sobre temas complejos con personajes apasionantes.

Su vida fue breve y entre dos mundos, como sus novelas. Nació en el seno de una familia judía que huyó a Francia. Allí se casó, tuvo dos hijas y comenzó a publicar sus novelas de manera anónima con una buena acogida. Más adelante, durante la guerra fue deportada a Auschwitz donde murió. Sus hijas lograron ocultar sus manuscritos inéditos y publicarlos más adelante.

En resumen, esta novela breve es una lectura deliciosa e impactante, que invita a la reflexión sobre la presión de la fama a edad demasiado temprana, y su capacidad de destruir el talento que la originó.


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