Relato: La mujer de corcho

La mujer de corcho subía y subía. Primero muy despacio;  luego, a medida que se secaba la sangre que la empapaba, ascendía más deprisa.

Sus miembros se desentumecían, sus sentidos se aclaraban, su mente se despejaba. El corcho volvía a convertirse en palpitante carne y hueso.

Abajo, su marido se entregaba a la Guardia Civil.

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